Miramos o ponemos check

¿Conocéis el Louvre? Si la respuesta es sí, os hago otra pregunta: ¿qué os encontrasteis al entrar en la sala en la que se expone La Gioconda? Uno de los cuadros más famosos del mundo tras una pantalla de vidrio. Y, aparte de eso, ¿qué más? Una masa de turistas cámara o móvil en mano disparando fotos sin parar.

He estado en el Louvre tres veces y ninguna de ellas he conseguido ver La Gioconda de frente, en el mejor de los casos, de lado. Es absolutamente imposible atravesar esa masa impenetrable para poder disfrutar de la enigmática sonrisa. Como también lo es para liarte a hacer fotos como si no hubiera un mañana. Lo importante no es ver la pintura, ni fijarte en los matices o detalles pintados. Lo importante es tener una foto hecha por ti, ya lo disfrutarás en la pantalla.

Foto de La Mona Lisa con mucho zoom, para esquivar cabezas

Siguiendo en el Louvre, no sólo pasa con este cuadro. Si quieres saber dónde están situadas las obras maestras del museo, fíjate dónde hay acumulación de gente y los propios mapas que ofrecen se señalan. La balsa de Medusa, La victoria de Samotracia, El escriba sentado o La venus de Milo. Sí, lo sé, el Louvre es un museo inabarcable. Habría que dedicar varios días para verlo en su totalidad. A todos nos gusta ver las grandes obras maestras del arte, es normal, pero, después de recorrerlo en 2009, no dejé de preguntarme cuánta de esa gente disfrutaba realmente de la visita al museo. Cámara en mano a la altura de los ojos, disparo rápido y a por la siguiente maravilla de la lista. ¡Y eso que en 2009 no existía Instagram!

Otra maravilla del Louvre, la Victoria de Samotracia, no yo

En 2013, (por fin) fui a Londres. Una de las visitas indispensables era el Museo Británico. Puntuales llegamos a la hora de entrada y, en cuanto abrieron, muchos se lanzaron a ver La Piedra Rosetta. De repente, en cuestión de segundos, era imposible verla, estaba oculta por esa masa de turistas con cámaras a la altura de los ojos. Si les seguía, no iba a ver mucho. Decidí dirigirme a la sala de Egipto y, durante unos minutos, sucedió la magia: la tuve entera para mí. Poderme situar ante estatuas milenarias y mirarnos a los ojos en soledad. Sin nadie más. Después de ese momento, llegaron la foto (los que me conocéis, sabéis que me gusta hacer fotos) y el resto de visitantes, pero ese instante fue mío y sólo mío. Poder mirar y no sólo poner el check de visto.

Cuando la sala de Egipto del Museo Británico fue mía

Algo que aprendimos en el safari: los animales en libertad no posan para la foto ni realizan actividades como beber o cazar pensando en las cámaras. Animales en libertad que se comportan como animales en libertad. Y, ¿por qué digo esto? Porque Álex, nuestro guía, nos insistía en no tener expectativas de lo que íbamos a encontrarnos. Que el día anterior hubiese una manada de leonas cazando no significa que, al día siguiente, haya otra manada de leonas haciendo lo propio. Algo casi impensable en los tiempos que corren: lo queremos todo y todo tiene que estar para nosotros.

Seré sincera, si después de haber hecho un safari de dos semanas no hubiese visto esa serie de escenas, me hubiese traído en la mochila cierta sensación de frustración, como de que me faltaba algo. Y, eso sí, con unas ganas inmensas de hacer otro safari para intentar tener más suerte.

¿Veis el guepardo? Parque Nacional de Yala, en Sri Lanka

Algo que nos pedía Álex es que aprendiésemos a mirar. El pelaje de los animales sirve, entre otros, de camuflaje, por lo que, para localizarlos, no vale con un vistazo rápido: hay que mirar, observar, estar pendiente de cualquier mínimo movimiento de una rama. Para hacer un safari hay que tener mucha paciencia.

Y es que vivimos en la era de la velocidad: lo queremos todo y lo queremos ya. No voy a entrar con argumentos psicológicos o sociológicos, ya que no soy psicóloga ni socióloga, ni es la temática de Descalzos por el mundo, pero creo que se puede afirmar rotundamente que se viaja más rápido. Muchos sitios que ver y poco tiempo para verlos.

Tenemos, por lo general, 22 días de vacaciones y queremos sacarles el mayor provecho posible. Y yo la primera: no concibo cogerme días para quedarme en casa, ni quedarme uno a descansar a la vuelta, lo que no significa que, en ruta, vaya corriendo a todas partes o que tenga que ver todas las iglesias del destino, pero, dado que estoy en Uzbekistán, Vietnam o Ámsterdam, por lo menos no venirme con la sensación de que he visto la mitad de la mitad. Una cosa es sentarte a comer o tomarte un vino de aperitivo (¿te acuerdas Noe de Venecia y los cicchettis?) y, otra muy distinta, es hacer sobremesa. La sobremesa la hago en Madrid, no viajo para hacer en otro lugar lo mismo que hago en mi casa.

Un poco de dolce vita en Venecia

Sin embargo, lo contrario de viajar rápido no es viajar lento sino, creo yo, que disfrutar del momento. Y parece que esto es un poco incompatible con el quererlo ver todo, especialmente, si tenemos en cuenta, una vez más, la presión de las redes sociales.

Como ya comenté en su momento, han contribuido a enseñar lugares fuera de ruta, a que salgamos de los circuitos tan manidos, aunque también, han añadido más presión: más puntos turísticos para ver, más calles por las que pasar, más lugares por los que merece la pena desviarse. Y, como he repetido más de una vez, si no has estado en esa esquina tan maravillosa de esa ciudad que vemos repetida una y otra vez en Instagram, ¿no hemos estado?

Ahora mismo, no hay recorrido por Perú que se precie que no incluya la visita a la montaña de los siete colores. Un lugar desconocido hasta hace pocos años pero que se ha colado como un imprescindible en este país. Y, a lo mejor, lo es. Vemos fotos de instagramers estupendos, vestidos con ponchos, delante de una montaña con unos colores que hacen pensar que un lugar así no puede ser verdad. Y, efectivamente, no lo es. En realidad, los colores no se ven tan vivos, si es que se ven. Y el trekking para llegar es de varias horas, requiriendo una condición física buena. ¿Merece la pena? No puedo contestar porque no lo conozco. Puede ser que sea ese lugar que sólo conocían los locales y que, gracias a las redes, se ha dado a conocer. O puede ser que sea uno de esos lugares que sólo existen en las fotos debido a todos los filtros que tienen. ¿Queremos viajar a Perú y disfrutar de un trekking o poner el check en el lugar más demandado?

Para los lectores de mi blog que hayan estado en Perú, ¿conocéis este lugar? ¿Merece la pena?

También hay un tour en Bali que te lleva a todos los lugares de Instagram. ¿De verdad vamos hasta Bali para algo así? ¿Queremos disfrutar de una isla tan exótica o poner el check en todos los lugares de moda?

Tiempo para merendar en Lisboa

Insisto, todos hacemos lo mismo, todos queremos tener la foto delante de la Torre Eiffel, las pirámides de Egipto o la roca Kjeragbolten, incluso los blogueros o periodistas de viajes más consolidados admiten sin rubor que querían “la foto” y no tengo la más mínima duda que han disfrutado de todo el proceso previo al click. ¿Por qué no hacemos lo mismo?

Confieso que, como lectora de blogs de viajes, también tengo que culpabilizarles de artículos tipo “Las 50 mejores experiencias en Tokio”, “Los 25 imprescindibles de Roma”, “Qué no te puedes perder en Nueva York” o “Cómo dar la vuelta a Islandia en 7 días”. Sinceramente, estas entradas son prácticas porque filtran mucho contenido y nos ayudan a elegir, pero ¿de verdad queremos dedicar 7 días solamente a circunvalar Islandia? Creo que estos artículos son un apoyo, aunque no me gusta cogerlos literalmente como si fuesen la Biblia, me parece que ayudan a echar más leña al fuego del estrés, la ansiedad y el viaje rápido. ¿Miramos o ponemos check?

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s