Salimos de La Paz buscando un paisaje distinto. Vamos a decir adiós al altiplano, a las llamas, a estar a varios metros de altura sobre el nivel del mar y diremos hola a Los Yungas.
Los Yungas es una región considerada la puerta al Amazonas, llena de bosques tropicales, naturaleza exuberante, una población local, los afrobolivianos, con mucha historia, campos de coca y poder dormir por las noches sin problema y es que, por primera vez en todo el viaje, descendemos de los 1.000m de altura.
Pero, para llegar a Los Yungas, tenemos que atravesar la Cordillera Real de los Andes y la forma en que lo haremos es por la Carretera de la Muerte. ¿Quién dijo miedo?
Cuando llegamos a la Cordillera Real de los Andes, con más de 600 picos que superan los 5.000m, paramos en un par de ocasiones para admirar el paisaje: se nota el frío, las niebla densa agarrada a las montañas. Pasamos por algún pueblecito dividido en dos por la carretera, de estos que son unas pocas casas diseminadas y que tienen tiendas de alimentación y bebidas.

Y, cuando menos lo esperamos, aparece el desvío de la Carretera de la Muerte.
Algunos datos sobre la Carretera de la Muerte
El Camino de Los Yungas, nombre oficial de la carretera que une los 80km que separan La Paz y Coroico, es más conocido por el infame nombre de Carretera de la Muerte debido al gran número de accidentes con pérdida de vidas humanas registrados. Se calcula una media de 26 vehículos despeñados y 96 muertos por año, siendo el más sonado el del camión con 100 pasajeros que cayó al vacío.
La carretera se construyó en la década de 1930 por prisioneros de guerra paraguayos durante la Guerra del Chalco. Debido a la orografía, se trata de un camino de gravilla, cuyo punto de ancho máximo es 3,2m y, por increíble que parezca, de doble sentido. Con una altura promedio de 3.600 msnm, con un abismo de un máximo de 800m, sin guardarraíles, con niebla espesa, piedras sueltas y escasa visibilidad, es caldo de cultivo para que, como poco, se te pongan los pelos de punta.

Durante todo el trayecto, los conductores tienen que conducir por la izquierda para que, en el caso de que venga otro vehículo en dirección contraria, se vea más fácilmente el borde del camino y, si como en mi caso, el trayecto se hace desde La Paz, vas a tener el vacío absoluto bajo tus pies. Ups.
Hasta 2007 era la única carretera que unía estas dos poblaciones y, dado que Los Yungas es una región eminentemente agraria, el tránsito de camiones era constante y, cuantos más camiones circulando, más accidentes.
Por suerte, con la inauguración de una vía alternativa, la Carretera de la Muerte ha quedado en desuso para el transporte de mercancías y personas y, en la actualidad, los principales usuarios son turistas, que bajan en furgonetas, como yo, o en bicicleta de montaña.
Si recorres Bolivia en un viaje organizado, va a ser muy raro que no incluya esta actividad en el planning; si vas por libre, en La Paz hay multitud de agencias que lo organizan y, aunque no me paré a mirar, yo no escatimaría en gastos.
Mi experiencia recorriendo la Carretera de la Muerte
Cuando supe que en el programa de viaje estaba incluido el trayecto por esta carretera, me comía el gusanillo de los nervios. Un sitio demasiado peculiar (por llamarlo de alguna manera) como para estar en Bolivia y dejarlo pasar. Además, daba por sentado que, si se hacía, era porque las condiciones de seguridad estaban garantizadas. Sin embargo, no me las quiero dar de valiente porque, a la hora de la verdad, pasé bastante miedo.

Cuando dejamos la carretera principal para coger el desvío que nos iba a llevar hasta Coroico, nos encontramos con el cartel que anunciaba dónde estábamos. Nos cruzamos con algunos motoristas y un par de grupos de turistas que iban a hacer el descenso en bicicleta. Tras las oportunas fotos, volvemos al minibús y comenzamos.
Al principio, iba emocionada porque me había sentado justo detrás del conductor, por lo que tenía vistas privilegiadas. ¿O quizás no? Después de un buen rato viendo cómo apuraba con el espacio, iba bastante pegado al margen izquierdo y después de dejar de ver el suelo para ver la nada absoluta, ya no pude más. “Anda, échate un poco a la derecha, que no viene nadie y así vamos más tranquilos”. Ni caso. Y cada vez más nerviosa y yo, que no soy creyente, encomendándome a todos los santos.
Tuvimos un paréntesis durante un tramo que bajamos andando, no obstante, hubo que regresar al minibús y la tortura continuó. Además, no ayuda ver los constantes memoriales recordando a personas fallecidas.

Al margen de miedo y nervios, el escenario es una maravilla. Una naturaleza amazónica frondosa, de un verde como no he visto en ningún otro lugar, cascadas y saltos de agua, zonas que no han visto nunca el sol. Montañas altísimas y, en algunos tramos, se ve una línea que las secciona horizontalmente en dos: es la carretera.
Y por fin llegamos a Coroico, pero antes, nos reciben los afrobolivianos de Tocaña.
¿Quiénes son los afrobolivianos?
Cuando hablaba de la visita a Potosí, comentaba que, como no se daba abasto en las minas con la población indígena local, se trajeron desde África miles de esclavos. Estos tenían un doble problema: el primero, bastante obvio, las condiciones infrahumanas de trabajo y vida; el segundo, es que, acostumbrados a un clima bastante más cálido, la tasa de mortalidad debido al intenso frío era altísima. De esta manera, se decidió mover a esta población hasta Los Yungas, la puerta del Amazonas.
De esta manera, dejaron de ser esclavos en las minas para serlo como servicio doméstico o en el campo. Los descendientes de aquellos esclavos son los afrobolivianos.
En la actualidad, se calcula que hay unos 35.000 y, por desgracia, sigue siendo una minoría étnica bastante marginada, tanto en lo social como en lo político.

Nos recibieron en la pequeña población de Tocaña, en su centro comunitario, donde han decorados las paredes con personajes afrobolivianos ilustres. Nuestros anfitriones estaban vestidos con sus mejores galas y, tras comer, nos deleitaron con una muestra de música, bailes y canciones típicos. A este tipo de música se la conoce como saya y es una mezcla de estilos africano, aimara y español.
Tras despedirnos, volvemos a las furgonetas para llegar hasta Coroico.
Algunos datos sobre Los Yungas y Coroico
Pese a que en la actualidad la región de Los Yungas debe su desarrollo económico a las plantaciones de coca (y a la producción de cocaína), durante los años de colonización española, se descubrió oro en los valles de Tipuani y Mapiri, convirtiéndose en una de las zonas más prolíficas.
En Los Yungas se cultiva coca desde tiempos precolombinos y la gran parte de la producción legal se concentra aquí. Pero también es fácil encontrar otros cultivos autóctonos, como cacao, tabaco, café o frutas tropicales.

Gracias a su clima de eterna primavera, la naturaleza que lo rodea, el ritmo lento y pausado, los resorts, el senderismo y el ciclismo, Coroico fue el primer municipio de Bolivia en ser declarado zona de turismo.
Qué ver y hacer en Coroico
Sinceramente, no mucho. No se puede decir que estemos en un pueblo bonito, lo que impresiona son los alrededores. Puede suponer una agradable pausa en mitad del viaje para descansar, dormir (se duerme mucho mejor por estar a mucha menos altura), algún que otro baño en la piscina (sólo apto para valientes) y hacer alguna ruta de senderismo.
Nosotros nos alojamos en un hotel situado en una antigua hacienda y que pertenece a una cadena hotelera estatal que recupera como alojamientos edificios que estaban abandonados. La parte buena es que se invierte en patrimonio y se da empleo, la mala, desde un punto de vista turístico, es que las instalaciones son bastante antiguas y no está garantizada el agua caliente, como nos pasó en Copacabana, aunque esa es otra historia.

El hotel estaba retirado del centro y tenía unas vistas a la Cordillera Real de los Andes espectaculares. Nos salimos un rato a nuestra terraza, donde teníamos unas sillas, tan solo a observar.
Cuando nos pusimos en movimiento, como el resto del día era libre y no nos queríamos meter tan pronto en un bar, decidimos subir hasta El Calvario y, a continuación, dar una vueltecilla por el pueblo.
Por las horas de luz que quedaban, nos recomendaron subir en taxi, para optimizar el tiempo y bajar andando. Cogimos un taxi en las inmediaciones, que nos subió metiéndonos por unos lugares un tanto extraños (segunda vez en el día con el miedo en el cuerpo), no obstante, al final, todo se quedó en un susto motivado por la desconfianza.
Desde aquí, se tienen buenas vistas del valle y bajamos andando por el Vía Crucis, que es como se llama el camino de vuelta. Está un tanto descuidado y, sinceramente, no creo que merezca la pena venir hasta aquí: teníamos las mismas vistas desde nuestro hotel.

Cuando llegamos al pueblo, nos dimos una vuelta y no teníamos tiempo para mucho más si nos queríamos duchar antes de cenar, y es que la humedad en el ambiente se dejaba notar.
Al día siguiente, tras una noche de sueño muy reparador, nos esperaba una ruta de senderismo por la zona. Dirigidos por dos guías locales, nos hablaron de los distintos cultivos, del problema de la coca y, especialmente, de la cocaína, así como del pasado cocalero de Evo Morales
Me sentó de maravilla ese paseo sin prisas, porque no hay necesidad de ser los primeros, observando la flora, los distintos modos de vida y los paisajes, tan diferentes a lo que habíamos visitado en los días previos.
Como nota, advertir que hace bastante calor, por lo que el uso de protección solar es muy recomendable y, sobre todo, de repelente para mosquitos, a no ser que quieras traerte un “buen” recuerdo.

Al terminar, nos despedimos de nuestros guías que, además, uno de ellos había nacido y se había criado en una de las diminutas poblaciones cercanas a la Carretera de la Muerte y aseguraba que el conductor del camión siniestrado con 100 personas era tío suyo, y regresamos al hotel para comer y recoger las maletas.
Teníamos que volver a La Paz, pero no lo haríamos por la Carretera de la Muerte, sino por la variante. Esta vez, el trayecto no fue mucho más seguro debido a la espesa niebla y las obras sin señalizar en la calzada. Parece que no gano para sustos.
Desde mi punto de vista, estos dos días se me quedaron un poco cortos. Por un lado, se agradece una tarde de relax en medio del ajetreo del viaje, así como conocer otra zona del país tan diferente, sin embargo, creo que es demasiado trayecto para tan poco tiempo. Aunque no se pueda hacer mucho más en Coroico, la alternativa supondría adentrarse en la zona amazónica que, pese a sonar muy atrayente, resulta bastante cara y no muy recomendable, ya contaré por qué.
Regresamos a La Paz para hacer noche y visitar el último punto del recorrido: Copacabana y el lago Titicaca.
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