Nuestro recorrido por el altiplano de Bolivia continúa, aunque ya es el último día, para el que está reservado uno de los platos fuertes del viaje e imprescindibles del país: el salar de Uyuni.
Algunos datos del salar de Uyuni
Se trata del salar más grande del mundo, con una superficie de 10.582 km2 y a una altitud de 3653m y el vacío más absoluto que se pueda experimentar. Dependiendo de donde te sitúes, puedes girar sobre ti mismo que no verás absolutamente nada que no sea el blanco nuclear de la sal.
El espacio que hoy ocupa correspondía al lago Minchín, hace unos 40.000 años. Cuando se evaporó, la zona se mantuvo seca, hasta que apareció el lago Tauca, con una “corta” vida de 1.000 años. Cuando se secó, dejó dos grandes charcos y dos grandes depósitos de sal, los salares de Uyuni y Coipasa.
En la actualidad, es un punto de extracción y procesado de sal y contiene reservas de potasio, boro, magnesio y, especialmente, de litio.
De este último preciado elemento, del que se fabrican baterías de móviles u ordenadores, entre otros productos, EE.UU. calcula que hay unas reservas de 21 millones de toneladas, convirtiéndose en la de mayor tamaño a nivel mundial.

Con este panorama, es fácil suponer que EE.UU. y otros países del primer mundo pongan ojitos a Bolivia, al mismo tiempo que el gobierno nacional pretenda explotar por sí mismo esta mina de dinero, sin dejar de lado las cantidades ingentes que se invertirían por parte de capitales extranjeros (pese a que muchos sabemos que las ganancias serían infinitamente superiores a lo invertido y, sobre todo, a lo que terminará beneficiando a la población local) y mientras que los colectivos ecologistas alzan la voz para intentar salvar un ecosistema único en el mundo.
Como turistas, no se recomienda ir a Uyuni según se aterriza en Bolivia dado que, debido a la altitud, conviene hacer una adaptación de unos días para evitar, en la medida de lo posible, el mal de altura. Por otro lado, las temperaturas son extremas: durante el día, se pueden alcanzar los 20˚C, resultando el sol abrasador y, durante la noche, desplomarse hasta los -15˚C.
También hay diferencias entre la época seca y la de lluvias. Yo lo he visitado en la época seca (de mayo a noviembre) cuando el suelo está duro y se puede acceder sin problemas a todos los rincones. En esta época, las temperaturas son más extremas y es considerada época alta, por lo tanto, más cara. En la época de lluvias (de diciembre a abril) el salar adquiere ese aspecto de espejo que hemos visto en muchas fotos, aunque la pega es que los tours no tienen garantizas de las salidas por precaución y hay lugares a los que no se puede acceder. Tú eliges qué prefieres.
Amanecer en el salar de Uyuni
La noche anterior habíamos llegado a la diminuta población de Colchani, en la que se ubicaba el último refugio en el que nos alojaríamos en el altiplano. En este caso, el refugio se trataba de un alojamiento algo más original: un hostal de sal.
Muchas de las paredes, la estructura de las camas y la decoración estaba hecha con ladrillos de sal. Parecía que estaba totalmente nuevo, como si lo fuésemos a estrenar nosotros y, por si no fuese poco, y a diferencia de los anteriores, ¡tendríamos luz durante toda la noche!
El baño era bastante decente, nos aseguraron el caudal de agua constante y el agua caliente. ¿Qué más se puede pedir? Por poner una pega, todo el baño era la ducha, no había cortinas ni mamparas de ningún tipo por lo que, si te querías duchar, tenías que sacar lo no indispensable si no querías que se mojara. En cualquier caso, ¡me pude lavar el pelo en condiciones! Problemas del primer mundo.

Una vez acomodados y duchados, no se podía hacer mucho más y en los alrededores tampoco había mucho que ver, por no decir que ya era de noche y el frío se notaba. Tocaba estar en el comedor tomando algo caliente, charlando y preparando cómo sería el día siguiente.
Dado que ver amanecer en el salar de Uyuni es una experiencia inolvidable, nos teníamos que levantar en mitad de la noche, vestirnos como si fuésemos a hacer una travesía polar, subirnos a los 4×4 y coger camino para citarnos con el sol. Más tarde, regresaremos a desayunar, coger las maletas y volver al salar para hacer la visita.
El despertador sonó a una hora a la que todavía no han abierto ni los afters, pero como es por una buena causa, duele un poco menos. Capas y más capas de ropa, nos vamos a enfrentar a un frío casi polar.
Cuando llegamos, la caravana de vehículos para en un punto, no muy alejados de la orilla. Durante el trayecto la noche ha dejado de ser tan absoluta y es ese momento en el que la luz comienza a asomar.
Estamos de pie, sin poder parar de movernos para evitar la congelación cuando los primeros rayos naranjas asoman en el horizonte. La magia existe. Ver como esa luz va ganando terreno a la oscuridad, como va llegando a cada rincón y se expande en todas direcciones en la línea del horizonte, como el sol, de un naranja fuerte, se va elevando poco a poco.

Nos quedaríamos un rato más haciendo fotos y disfrutando del espectáculo, sin embargo, tenemos que regresar al albergue para desayunar y continuar con el planning, aunque parezca mentira, el tiempo vuela y las horas de luz solar serán necesarias.
La mañana en el salar de Uyuni
Tal y como estaba previsto, regresamos al hostal, desayunamos y salimos con todas las maletas. Ponemos rumbo de nuevo al salar de Uyuni. En este momento, el escenario ha cambiado bastante: la luz del sol es más blanquecina, se aprecia la inmensidad por todas partes y se pueden percibir las curiosas formas geométricas que se forman en el suelo.
La parte buena de madrugar tantísimo e ir casi a la carrera a todas partes es que somos los primeros en llegar. Esta vez, al laberinto inti. Se trata del laberinto de sal más grande del país, construido con más de 20.000 bloques de sal y de muros altos. No hace falta que explique lo que hay que hacer, eso sí, aclaro que hay que comprar entrada, ya que lo gestiona una comunidad local. Justo delante de la puerta hay una plataforma a la que se puede subir y hacer fotos del laberinto desde lo alto.

Por lo demás, aprovechamos para hacer un montón de fotos, que parece que no, pero se echa un buen rato, no te das cuenta de cómo corre el reloj hasta que tenemos que meternos de nuevo en los coches para llegar a nuestro próximo destino: la isla de los cactus.
Isla Incahuasi o isla de los cactus
Había comentado que, en el salar de Uyuni, te puedes poner en un determinado sitio, dar vueltas sobre ti mismo y no ver otra cosa que no sea un desierto de sal, sin embargo, hay algunas excepciones, como la de la isla Incahuasi.
En mitad de la nada absoluta del salar emerge la isla Incahuasi, que en quechua significa la casa del Inca. Así como si nada, como si en vez de ser un islote en mitad de un lago o del mar, lo más normal fuese que en un desierto de sal hubiese islas que, por si no fuese poco, están llenas de cactus gigantes que pueden alcanzar los 10m de altura. Una maravilla de la naturaleza dentro de una maravilla de la naturaleza.
La isla Incahuasi se formó hace millones de años debido a la actividad volcánica y está cubierta de cactus gigantes, con una edad calculada para algunos de ellos que superan los 1000 años.

El acceso a la isla no es gratis, hay que comprar entrada y, como en el caso del laberinto del Inti, está gestionada por una comunidad local. Tuvimos la inmensa suerte de ser el primer grupo en llegar, así que pudimos disfrutarla en solitario durante un buen rato. La parte buena de las prisas y de ir corriendo a todas partes.
Los cactus están protegidos por ley y no todas las partes del recorrido son accesibles. Hay un camino que serpentea hasta lo más alto en unos 15 minutos en el que la visión del paisaje consigue que te frotes los ojos, como si estuvieses en otro mundo, en el que el azul eléctrico del cielo queda invadido por los brazos de los cactus y con el blanco de la sal añadido a ese cromatismo. Sin duda, una imagen de las que no se olvidan.
Cuando empezamos a bajar nos cruzamos con otros grupos de turistas que llegaban. Desde luego, tuvimos suerte al cuadrado porque la isla Incahuasi es uno de los principales atractivos del salar de Uyuni.
La comida la realizamos en las mesas habilitadas dispuestas en la parte de abajo. Otros coches montaban mesas y sillas plegables y se tapaban con toldos y sombrillas. Y menos mal que estábamos a cubierto porque, a esas horas, el sol azotaba sin piedad, por lo que la ropa de abrigo comienza a sobrar y la crema para el sol es indispensable.

Las momias de Coqueza
Tras la comida, nos metemos en los coches otra vez porque nos espera un tramo conduciendo por el salar. Tenemos que salir y llegar al pueblo que Coqueza, o Coquesa, donde nos espera una sorpresa. El pueblo está más lejos de lo que parece y, dada la monotonía del paisaje, cae una pequeña siestecilla, lo justo para recuperar fuerzas y afrontar lo que nos espera.
En las afueras de Coqueza, en una pequeña gruta en las montañas, se hallaron momificados cinco cuerpos que se han datado en el año 1200.
No se puede llegar en vehículo hasta la entrada, sino que hay que dejarlos en los parkings habilitados y caminar por un sendero. Las vistas son increíbles: la inmensidad del salar, del que no se ve el fondo, una especie de vacío blanco que contrasta con la vegetación y las flores que se ven por el campo. Si me dicen que tras la montaña está la nada, me lo creo.
La entrada a la gruta está cerrada y hay que comprar entrada. Se hace en compañía de un vigilante ya que, entre otros motivos, al haber hallado piezas de oro, más de una desapareció. Se trata de un lugar pequeño y frágil, con el aforo muy limitado y no podemos pasar todos juntos.

Como decía, se encontraron cinco cuerpos, tanto adultos como niños, y alguna tiene el aspecto de no haber tenido una muerte plácida… Junto a los cuerpos había vasijas y distintos utensilios.
Por la zona se han localizado distintas tumbas, necrópolis y chullpas (torres funerarias de origen quechua y aimara) que, por una evidente falta de tiempo, no pudimos visitar.
El pueblo que Coqueza supone también el inicio de una ruta senderista bastante peculiar: la del ascenso al volcán Tunupa.
Plaza de las banderas y atardecer en el salar de Uyuni
Cuando terminamos esta visita, nos espera una sesión de fotos de lo más divertida. Pese a que estamos en estación seca, los conductores tienen localizada cerca de la orilla una zona en la que queda agua encharcada. Y ya sabéis lo que toca en el salar de Uyuni con el agua que hace el efecto espejo: fotos de todo tipo que parece que han puesto un espejo debajo.

Entre foto y foto, de grupo y de las que se consiguen con el efecto óptico del fondo, estuvimos un buen rato y, cuando nos queremos dar cuenta, el sol va cayendo, al igual que las temperaturas. Antes de terminar con nuestra aventura, nos queda ver la plaza de las banderas. Pero nos han reservado otra sorpresa más: nos llevan hasta la mitad de la nada, rodeados del vacío absoluto, nos piden unos minutos y, cuando nos damos cuenta, nos han preparado un aperitivo con vinos del valle de Tarija y han puesto música.
Mientras que el sol y el cielo son cada vez más rosados, el blanco de la sal ya no es tan nuclear, la luna se asoma sin timidez, nosotros estamos bebiendo vino y comiendo alguna que otra patata. Llevamos más de 12 horas levantados, hemos visto amanecer y atardecer en el salar de Uyuni y todo el tiempo que hemos dedicado a este espacio tan inmenso y vacío se me ha hecho corto.
Cuando el sol se termina de ocultar, nos tenemos que poner en camino de nuevo. Antes de llegar a Uyuni, pasaremos por la plaza de las banderas. Se trata de un punto en el que ondean banderas de gran parte de países y regiones. Cuando llegamos nosotros ya es de noche y no se puede apreciar como se merece, ni las fotos hacen justicia, pero, viendo cómo ha sido el resto del día, ¿qué quitas? Hay que hacerse a la idea de que no da tiempo a todo, especialmente si tienes en cuenta de que es un grupo de personas, no una o dos viajando por libre. En cualquier caso, estoy muy satisfecha con la experiencia y no puedo dejar de recomendarla.

Ahora sí que sí, volvemos a los coches para dejar atrás el salar de Uyuni y entrar en la ciudad de Uyuni, donde pasaremos una noche (¡en un hotel!) antes de volar a La Paz.
Una noche en la ciudad de Uyuni
Uyuni es una población de unos 20.000 habitantes, muy cerca del salar de Uyuni y que pocos podrían poner en el mapa si no fuese por esta maravilla natural.
Si miras un mapa, las calles están dispuestas en forma de cuadrícula y podríamos pensar que, al igual que Nukus en Uzbekistán, Uyuni es uno de los últimos sitios a los que irías a buscar algo en Bolivia. Pero no. Uyuni está muy bien situada en el mapa y lo que encontramos, nos sorprendió gratamente.
La ciudad fue fundada en 1889 por el presidente Aniceto Arce y conserva una importante base militar, además de disponer de sectores minero y turístico con un peso relevante.
Y Uyuni fue también el lugar en el que nos despedimos de los conductores y cocineros que nos habían acompañado durante nuestra travesía por el altiplano y de parte del grupo. Desde Madrid daban la opción de ir a La Paz en autobús nocturno o hacer noche en un hotel local y coger un vuelo a primera hora de la mañana, que acarreaba un coste adicional. Javi y yo lo estuvimos pensando y optamos por el vuelo, por dos motivos: después de tres noches en refugios, dormir en una cama en condiciones, sin frío y con una ducha de agua caliente asegurada, sonaba demasiado bonito como para dejarlo escapar y porque el extra que se pagaba de más no era nada elevado.

Dejamos las cosas en el hotel y sin demorarnos mucho más quedamos con Meli y Miriam para ir a dar una vuelta y cenar.
Sinceramente, en Uyuni no hay mucho que ver. Si estás aquí es porque vas o vuelves del salar de Uyuni. Por el contrario, si vas a estar un día completo, se puede visitar el cementerio de trenes, una colección de antiguas locomotoras y vagones procedentes de la antigua fábrica de trenes; o el Museo Arqueológico y Antropológico de los Andes Meridionales, en el que se exponen momias, cráneos elongados, fósiles y cerámicas.
Como ya era de noche, no pudimos ver nada de esto, en cambio nos cruzamos con un grupo de chavales bastante numeroso que había cortado una calle porque sí y estaban bailando. Según nos contaron, eran los ensayos para un desfile que se celebraría unos días más tarde.
Vimos un ciudad repleta de puestos de comida, de gente por las calles, muchísimas peluquerías, pastelerías y restaurantes de parrilla de carnes. Nosotros cenamos en el restaurante de un hotel que nos recomendó César pero tengo que reconocer que el buen olor de la carne a la parrilla me hubiese convencido aún más.
Caminamos por una de las calles principales, hasta que llegamos hasta el famoso reloj y la alcaldía. Aunque las calles rebosaban vida y diversión, llevábamos muchas horas levantados y, a la mañana siguiente madrugábamos bastante, por lo que, con más pesar que ganas, regresamos al hotel para descansar. La Paz nos estaba esperando.
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