El saco de dormir que ocupaba toda una mochila

Os había contado hace unos días que, en el safari que hice por África, llevaba un saco de dormir que ocupaba una mochila de 50 litros. Prometí desarrollar la historia y, como me gustar cumplir lo que prometo, aquí va la anécdota.

Dos veces he tenido que viajar con saco de dormir y, las dos veces, ha sido con el mismo saco prestado. La historia me la han contado muchas veces: la tía de mi padre se lo regaló cuando él era niño. Hay que admitir que es un buen saco, muy calentito y está nuevo. Pero tiene un problema: el tamaño. Cuando se fabricó, no se habían inventado aún las microfibras que hacen que queden más compactos. ¡Para que luego digan que el tamaño no importa! Así que me pregunto, ¿qué hay de cierto en eso de que a caballo regalado no le mires el diente?

Aquí sí es necesario el saco de dormir

La primera vez que lo usé, me pareció una bendición. Fue en el circuito por Islandia y, la agencia, había reservado alojamientos en granjas que daban la opción de utilizar tu propio saco y pagar menos. Por aquel entonces ya que había gastado un auténtico dineral en ropa y material y, cuando mi madre me dijo que me llevara el saco de mi padre, ni lo dudé porque me estaba ahorrando comprarme un “trasto” más que tener en casa y no volver a saber cuándo lo iba a utilizar.

Para ese viaje, me usé la maleta grande y una mochila de 50 litros para el equipaje de mano, por si acaso (con temperaturas tan gélidas, mejor llevar ropa térmica sin facturar, no vaya a ser que pierdan tu equipaje). El saco iba en la maleta y ocupaba la mitad. La mitad de una maleta grande, de las que no te dejar tener en cabina bajo ningún concepto. ¡Él solo! Menos mal que la mochila fue un desahogo…

La mochila naranja es enterita para él

La segunda vez, fue en destino distinto: verano en África, pero teniendo en cuenta de que allí era invierno austral y que el parque de Ngorongoro está a varios miles de metros de altitud, os aseguro que no hacía calor.

Ya conté que era obligatorio viajar con mochila, así que, si metía el saco, no podía llevar nada más. Solución: cojo otra mochila que utilizaré de equipaje de mano y aprovecho para guardar ahí el saco.

Sobre el papel, es buena idea, además, el saco no pesa tanto. La práctica es otra cosa, creo que no hace falta que aclare los motivos. Pero, además, cuando veía a los demás con sus mini sacos que apenas pesaban y, en el caso de Nuria y Bea, que podían atarlos con un mosquetón, babeaba.

Aquí no es necesario saco de dormir

Terminé harta, lo suficiente como para mirar el diente al caballo regalado y decidí que, fuera cuál fuera el siguiente destino al que tuviera que llevar uno, me lo iba a comprar.

Por suerte, al llegar a casa y contárselo a mi madre, se mostró totalmente comprensiva y es que, por mucho valor sentimental que pueda tener algo, a veces hay que mirar de frente al progreso.

Y vosotros, ¿habéis viajado con saco?

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