Ciudad del Cabo tiene mucho más encanto y puntos de interés de los que, a priori, podemos suponer, pero conviene destacar que los alrededores son inmejorables. Conduciendo por carreteras panorámicas por las que, sólo por los paisajes, merecería la pena pasar una y otra vez, se llegan a lugares míticos, como el Cabo de Buena Esperanza, o totalmente inesperados, como la colonia de pingüinos de Boulders Beach.
Abróchate el cinturón de seguridad porque no vamos a conocer la provincia occidental del Cabo.
Avistamiento de ballenas en Gansbaai en barco
Si estás viajando por Sudáfrica, seguro que salir al mar para ver ballenas está en tu lista de imprescindibles y, es probable, que el lugar elegido para hacerlo sea Hermanus. Es la ciudad más conocida para ello y la que más turistas atrae, sin embargo, nosotros lo hicimos con una pequeña empresa que tiene sede de Gansbaai, a una media hora en coche.
El motivo del cambio es porque, al hacerlo en un viaje en grupo, estaba así contratado. La parte buena de haberlo hecho en un lugar más desconocido es que no había masificación; la parte mala, que lo puedes elegir: sólo vi una empresa que ofrecía esa excursión. Eso sí, para mí era importante que cumpliera con los estándares de preservación y cuidado de los animales. No todo vale por una foto o por acercarse algo más.

Para llegar a Gansbaai, salimos de Ciudad del Cabo, bordeamos la Bahía Falsa (sí, curioso nombre) y pasamos por campos kilométricos en los que sólo se veía vegetación. Vegetación que, en su mayor parte, es endémica y que, por las fechas (finales de agosto) ya empezaba a florecer y daba la bienvenida a la primavera.
Por cierto, el nombre de Bahía Falsa tiene algo más de tres siglos de antigüedad y hay dos teorías de por qué se llama así: por un lado, los marineros la confundían con la Bahía de la Mesa, más al norte; y, por otro, porque los marineros que llegaban desde la Indias Orientales confundían Cape Point con Cabo Hangklip, debido a la forma similar que tienen.
Para añadir más confusión, los portugueses llamaban a este último Cabo Falso, por lo que el nombre de la había vendría del cabo. Sea como fuere, se ha quedado con este nombre que suena a bazar chino.

Dejamos atrás Hermanus y, poco a poco, nos íbamos acercando a nuestro destino. Si no fuese por esta actividad, no creo que mucha gente pusiera Gansbaai en el mapa y, ni mucho menos, la incluiría en un recorrido por Sudáfrica. Sinceramente, no tiene gran cosa para ver, pero se respira tranquilidad y nosotros éramos los únicos turistas.
Llegamos a tiempo para subir al barco, donde nos recomendaron que nos echásemos crema del sol en la cara y que nos abrigásemos porque el viento de alta mar se mete en los huesos sin piedad. Merece la pena estar cerca de los trabajadores, porque hablan sobre estos animales y avisan en cuanto se ve una. Salíamos en búsqueda de ballenas francas australes. Y las encontramos.
La ballena franca austral habita en una franja entre los 20˚ y los 60˚ de latitud de los océanos Pacífico sur, Atlántico sur e Índico sur y, entre junio y diciembre, suben a estas costas más cálidas para dar a luz y hacerse cargo de su cría, al mismo tiempo que la preparan para el largo viaje que tienen por delante: llegar desde las costas de Sudáfrica hasta la Antártida.

Como curiosidad, la hembra es más grande que el macho (unos 17 metros de largo frente a 15, respectivamente) y un ejemplar adulto puede llegar a pesar 40 toneladas. Las hembras tienen una cría cada tres años y, cuando nace, el “chiquitín” mide en torno a los 4 metros y pesa una tonelada.
Se caracterizan por unas callosidades en la cabeza, que son únicas para cada una de ellas y que suelen estar colonizadas por percebes. Se alimentan de krill y llegan a ingerir unas dos toneladas diarias, que filtran gracias a sus barbas, de unos 2,5 metros de largo.
Respecto a las normas, la más lógica es mantener una distancia de seguridad prudencial, especialmente si hay crías, aunque conviene destacar que son bastante curiosas y es muy probable que se acerquen a los barcos. En este caso, mejor apagar los motores y estar en silencio. Pese a ser obvio, no hacer ruidos ni llamarlas, porque se pueden estresar y, por supuesto, no echarles comida. Además, uno de los mejores motivos para permanecer en silencio es para poder oír sus cantos.

Es verdad que el objetivo de la excursión era ver ballenas, no obstante, si no las hubiésemos visto, el “paseo” viendo la costa con un mar en calma y que brillaba por el reflejo del sol y unas playas de arena blanca, hubiese merecido la pena de por sí. Bueno, pero mejor si vemos ballenas.
No nos hizo falta salir a buscarlas porque estaban allí, esperándonos. Sacando la cabeza tímidamente y parte del lomo, acercándose al barco y permitiendo que las crías viniesen hacia nosotros. Como experiencia es alucinante: estábamos al lado de uno de los mayores animales que hay en la tierra.
La excursión dura en torno a las dos horas y vimos ballenas prácticamente desde el comienzo. En lo que no tuvimos suerte es que no conseguimos ver a ninguna saltar, esa mañana se la tomaron con calma, aunque, por un solo segundo, una cría sacó la pequeña cola y que vio a la perfección, sin embargo, no me dio tiempo a hacer una foto. Por lo menos ese momento permanece en mi memoria.

Por desgracia, como todo lo bueno tiene un final, tuvimos que regresar a puerto, eso sí, con un subidón tremendo. Por la hora que era, comimos en Gansbaai, donde Marta conocía una panadería que hacía unos sándwiches que estaban de muerte y en la que nos instalaron en la terraza para comer y nos trataron de lujo.
Si has decidido que prefieres ver ballenas en Gansbaai en lugar de Hermanus y que te quedas a comer, el lugar se llama Gansbaai Huis y creo que es buena idea llamar antes y encargar la comida, porque seguro que ya has comprobado que en Sudáfrica se lo toman todo con mucha calma.
El salir a avistar ballenas nos llevó toda una mañana. Ese mismo día, regresamos a Ciudad del Cabo y el recorrido por la península del Cabo la hicimos al día siguiente, que nos llevó la jornada completa.
Camps Bay y cordillera de los doce apóstoles
Salimos por la mañana del hotel y fuimos recorriendo la costa atlántica. Pasamos por Sea Point, Fresnaye, Bantry Bay y Clifton antes de hacer la primera parada.
Antes de ese momento, lo que voy viendo por la ventana quita el hipo. En las zonas habitadas, unas casas de impresión, muy cerca de la costa, de esas que entran directamente en el listado de “cuando sea rica”. En las zonas sin casas, una carretera serpenteante que se abre camino entre el océano y el Parque Nacional de la Montaña de la Mesa (sí, sí, cubre también esta zona).
Y por fin llegamos a Camps Bay. Paramos un rato en un parking situado estratégicamente y es que, desde este punto, las vistas de la playa, los Doce Apóstoles y el propio Camps Bay son una delicia, de esos que se te quedan grabados en la retina.

Pese a que el día no acompañaba mucho y a las nubes les costaba irse de los Doce Apóstoles, sí que tuvimos la suerte de ver la montaña más o menos despejada. Y antes de que te lances a contar los picos de los que coge el nombre, adelanto que son dieciséis, no doce, pero con la belleza con la que presume, se lo podemos perdonar, ¿no?
La playa resulta muy llamativa por su longitud, la blancura de la arena y por las enormes rocas que la parten en dos. A diferencia de las de Clifton, son unas playas muy ventosas, perfectas para practicar surf, aunque peligrosas para el baño, teniendo en cuenta, además, que no hay socorristas.
Hout Bay, la bahía más bonita
Tras la breve parada en Camps Bay, volvemos al autobús y ponemos rumbo hacia la ciudad de Hout Bay. No paramos en la ciudad, pero sí que la atravesamos, porque lo interesante está cuando la dejas atrás y llegas a uno de los miradores.
Hay varios en la carretera, están bien señalizados y se puede aparcar y de verdad que merece la pena hacer un alto en el camino para disfrutar de las vistas.

Por lo que he leído, Hout Bay no tiene más interés que el entorno en el que se encuentra y porque es desde aquí desde donde salen excursiones en barco al islote Duiker, una importante colonia de leones marinos. Nosotros no lo hicimos y, sinceramente, para que dé tiempo a todo, habría que dedicar más de un día.
La carretera panorámica Chapman’s Peak Drive
Si hasta ese momento pensábamos que el marco era inmejorable, era porque no habíamos recorrido la carretera panorámica Chapman’s Peak Drive. La chappies, como se la conoce en la zona, es una carretera de tan solo 9 km, que une Hout Bay con Noordhoek con 114 curvas, miradores y unas vistas de la costa, la bahía y la montaña Sentinel.
La Chapman’s Peak Drive se empezó a construir en 1915 por convictos y los trabajos duraron 7 años. A la hora de ponerle un nombre, se optó por el de la montaña que atraviesa y el de John Chapman, un navegante inglés que llegó a la zona en 1607.

Por muy tentador que sea, parar en cada uno de los miradores no resulta práctico. A no ser que tengas tiempo de sobra o, como he dicho antes, lo hagas en más de un día, hay que ser pragmático y recorrer algo más antes de realizar la siguiente parada.
La carretera termina en Noordhoek, una población costera con una playa espectacular.
Cape Point y Cabo de Buena Esperanza
Llegamos a uno de los puntos fuertes del viaje y a uno de los lugares míticos del mundo: el cabo de Buena Esperanza. Pese a que muchos pensamos que es el extremo sur de África, siento decir que no: el honor se lo lleva el cabo de las Agujas, no demasiado lejos. En cualquier caso, que este minúsculo detalle no te quite las ganas de visitar el primero.
El portugués Bartolomeu Dias fue el primer europeo que llegó en el año 1488, denominándolo cabo de las Tormentas. Tiene pinta de que el viaje hasta aquí no fue nada fácil… Este nombre no terminaba de convencer al rey Joao II, ya que generaba bastante desazón entre marineros, por lo que optó por darle el nombre que mantiene hoy.

El cabo está dentro del Parque Nacional del Cabo de Buena Esperanza, Cape Point National Park, en inglés. Fuimos primero al faro de Cape Point y, según aparcamos en el parking, encontramos una tienda, cafetería y la entrada al funicular, ya que la subida es bastante dura.
Nosotros pasamos directamente de todo esto: hemos venido a disfrutar del entorno, no a comprar imanes para el frigo. Y respecto al funicular, pues lo que veas, depende de las circunstancias: cuando estuvimos, hacía un día puramente otoñal, en el que la niebla se comía todo el entorno y no se nos hizo muy pesada. De todas formas, si hace calor o no tienes suficiente tiempo, a lo mejor no es mala idea considerarlo.
Subimos hasta Cape Point por un camino que resulta realmente bonito, plagado de vegetación endémica (fynbos, proteas o renosteveld, entre muchas otras) y dándonos la vuelta cada poco para ver si la niebla se iba disipando y nos permitía ver las vistas. Se resistía, pero, en algún momento, fuimos capaces de ver el cabo de Buena Esperanza. ¡Toma ya!

A dónde sí que no llega el funicular es al faro que, para acceder, hay que subir un tramo de escaleras que te hace echar el higadillo. Y, cuando nos asomamos al abismo… bajón absoluto. La nube está bien anchada a la roca y no se veía nada.
El faro de Cape Point es un faro histórico y llegaba a alumbrar hasta 67km mar adentro. A pesar de ello, resultaba totalmente ineficaz cuando quedaba cubierto por la niebla, algo bastante frecuente, y, tras el naufragio del Lusitania en 1911, se optó por construir otro, en Dias Point.
Bueno, la vida es así, unas veces se gana y otras no. Tocaba recoger y bajar, que nos dirigíamos, esta vez sí, al cabo de Buena Esperanza. Sin embargo, el destino se apiadó de nosotros, se levantó algo de viento y las nubes se movieron. Subimos corriendo de nuevo al faro y ahí estaba esperándonos: unas vistas inimaginables. Una pequeña playa de arena blanquísima y un agua azul turquesa gracias al sol. ¡Un espectáculo!

Y confirmo que tuvimos una suerte inmensa porque, poco después, las nubes volvieron. Por lo menos, la bajada fue con una sonrisa enorme en la boca.
Nos ponemos en marcha hasta el cabo de Buena Esperanza. Están cerca, no obstante, andando se tarda una hora. Caminamos muy cerca de la costa, en algunas partes, hay pasarelas de madera, en otras, no, sólo la piedra, y no hay apenas quitamiedos o medidas de seguridad. Dado que hacía viento, no es muy recomendable asomarse más de la cuenta.
Pasamos por la playa Dias, con un acceso increíble a través de unas escaleras de madera. Una playa recóndita, con esa arena blanca que hemos visto en otras, encallada entre acantilados altísimos y que invita a acercarse, a quedarse de pie mirando el mar, a ver las olas romper contra las rocas y a unos leones marinos divirtiéndose en el agua. Por muy apetecible que resulte, bañarse no es seguro por las corrientes que se forman.

Nos espera una dura subida hasta la parte más alta. No es un camino largo, pero sí muy empinado y, cuando por fin llegamos, no hay nada que ver excepto el océano. Recuperamos aire, nos hacemos una foto y, por un momento, somos consciente del punto en el que estamos. Nos toca bajar y lo vamos a hacer por el otro lado.
Hacerlo no es fácil, hay una especie de escalera, con unos escalones muy altos y, para los que tenemos las rodillas tocadas no es lo más recomendable. Antes de poner el pie, me iba agarrando a todo lo que podía e intentaba poner un pie en alguna parada intermedia para que no fuese tan duro. ¡Y por fin lo conseguimos!
Eso sí, hay muchos que consideran esta la entrada al faro, ya que aquí hay un parking y está el famoso cartel del cabo de Buena Esperanza. No es un lugar tranquilo, sino que está atestado de gente y, conseguir hacer una foto en el cartel es muy complicado.

Me gustaría comentar que, si tienes pensado subir a uno o a ambos cabos, lo hagas con ropa y calzado adecuado. No es un paseíto por el campo ni está especialmente bien cuidado ni asegurado, especialmente esto último. Lo comento porque, aunque a mí me resulta obvio, hay gente a la que no, y nos cruzamos con algunas personas que intentaban subir en sandalias y/o vestido.
Antes de subir al coche, observa con atención porque hay una colonia de leones marinos en la zona y nosotros les pillamos disfrutando en una roca.

Y, además, todavía teníamos una última sorpresa: ¡avestruces! No las habíamos conseguido ver en el Kruger, aquí estaban esperándonos, casi casi, en el fin del mundo. Un par de hembras y un macho se paseaban tranquilamente, dejándose fotografiar y grabar por los turistas, así, como encantadas de haberse conocido.
Al final, se nos quedó un día bastante chulo.
Para una mayor información práctica, te comparto la web oficial del Parque Nacional de Cape Point.
Simon’s Town y la colonia pingüinos de Boulders beach
El último sitio que visitamos en la península del Cabo y casi el último de Sudáfrica, porque al día siguiente regresábamos a España y no pudo haber un broche mejor para este viaje: vimos una colonia de pingüinos y se convirtieron en uno de los puntos que más me han gustado.
Asociamos los pingüinos a climas polares, por eso sorprende tanto verlos aquí, pero la situación tiene truqui: se trata de pingüinos africanos, la única especie que vive en este continente y se ha acostumbrado a climas más benignos, incluso cálidos y tropicales.

Los adultos miden un máximo de 70 cm y alcanzan 5 kg de peso y con un plumaje blanco y negro. Los vas a ver muchas veces metiendo el pico rápidamente en cualquier parte de su cuerpo: es una manera de desparasitarse y quitarse cualquier residuo. No resultan agresivos, no obstante, seguro que un par de ellos se encararán más de una vez agitando las alas rápidamente y emitiendo sonidos.
A lo largo del siglo XX, la población de pingüinos africanos se redujo en un 90%, así que se tomaron medidas extremas para impedir su extinción, lo que no termina de mejorar la situación, ya que se calcula que quedan en torno a los 3.000 en la zona.

Simon’s Town es un lugar residencial, nació como un pequeño astillero holandés y se llegó a convertir en la base naval más grande del país. Además, tiene un centro histórico con edificios coloniales con más de 200 años y un museo naval. A pesar de esto, algo me dice que son pocos los turistas los que se internan entre sus calles, ya que la mayoría vamos directos al parking más cercano de la playa de Boulders.
El acceso a la playa es gratuito, aunque la zona en la que están los pingüinos, no, que suele ser en la playa Foxy. Hay un centro de visitantes con paneles informativos que se leen rápido y resultan interesantes. Desde aquí, salen unas pasarelas de maderas que conducen a la playa.

Allí estaban, totalmente a su bola, decenas de pingüinos, totalmente ajenos a las cámaras de los turistas, a los “oooohhhh”, a los “mira a ése” y a las sonrisas tontorronas que nos sacaban. No se puede salir de las pasarelas, tocar a los pingüinos ni darles de comer. Mejor así, porque actúan como si no estuviésemos y se disfruta mucho más.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí, pero se me hizo corto. Una vez que ya había hecho las suficientes fotos, simplemente, me dediqué a disfrutar y saborear el momento, sin duda, de lo mejor que se puede hacer en la península del Cabo y en Sudáfrica.
Te comparto la web oficial de South Africa National Parks con más información sobre la colonia de pingüinos de Boulders Beach.
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