Bratislava

Uno de los lugares más típicos y recomendados para ir a pasar el día desde Viena es Bratislava, capital de Eslovaquia. Las dos ciudades están separadas por tan solo 40 km, lo que las convierte en las capitales europeas más cercanas. Lo fácil y económico que resulta ir de una a otra no nos hicieron dudar sobre si ir a conocerla o no: ya que estamos, vamos.

Disponíamos de cinco días y medio para las vacaciones, para conocer Viena en condiciones, había días de sobra, además, la planificación estaba pensada incluyendo la incursión al país vecino. Si no, ¿en qué momento vas a tener la oportunidad de conocer esta ciudad?

Guías turísticas de Bratislava

Eslovaquia no es de los países que esté en el radar viajero español, así que encontrar información turística no es imposible ni difícil, pero tampoco abunda. Yo, que soy fan de las guías en papel, sólo localicé dos publicaciones en español y las dos hacían referencia al país completo; y dos en inglés, de las cuales, una de ellas era exclusivamente de la capital, con más contenido del que realmente necesitábamos, por lo que, comprar una guía, en este caso, no era necesaria.

Palacio de Grassalkovich

¡¿Y qué hago si no llevo guía en papel?! Siguiente paso: mirar en revistas temáticas, que me han sacado de muchos apuros. Más de lo mismo: pocos artículos y algo desactualizados. Pasamos a los blogs de viajes, y aquí parece que se anima el asunto: es fácil suponer que muchos blogueros han ido a Viena y pasado el día en Bratislava. Y así es, ya que es en estas fuentes donde he conseguido lo que necesitaba: lo que no te puedes perder de Bratislava y restaurantes recomendados.

En tren desde Viena a Bratislava

Como he comentado, ir desde Viena es muy fácil. Como nos alojábamos al lado de Wien Central Hauptbahnhof, optamos por ir en tren. Hay trenes todos los días y sale uno cada hora. Madrugamos, porque no queremos llegar muy tarde, aunque con un día en Bratislava es más que suficiente. El tren se pone en marcha y, cuando nos queremos dar cuenta, estamos en la primera estación tras cruzar la frontera. Primera incursión en un país nuevo. Es en estos momentos cuando se echa de menos que sellen los pasaportes… En otro suspiro, llegamos a nuestro destino.

Desde la estación optamos por bajar andando al centro histórico. Se tarda unos 30 minutos andando, y es casi en línea recta. Por el camino, pasamos por el Palacio de Grassalkovich, del siglo XVIII, que, en la actualidad, es la sede del Presidente eslovaco. Seguimos bajando y el tejado del castillo se empieza a vislumbrar en lo más alto, pero primero llegamos a la Puerta de San Miguel, cuya torre con un pasadizo es la entrada al centro.

Puerta de San Miguel, en el centro histórico de Bratislava

El día antes de llegar, el partner in crime y yo estuvimos especulando sobre si nos íbamos a encontrar muchos o pocos turistas y los dos, inocentemente, creíamos que pocos. Error. Estaba hasta arriba. Nos dimos de bruces contra un free tour con decenas de personas que lo invadían todo.

Centro histórico de Bratislava: Ayuntamiento y Palacio Primacial

Me costó entrar en Bratislava. La primera impresión en el casco histórico fue el de una ciudad hiper turistificada: todos los bajos comerciales son bares o restaurantes dirigidos al turista, con precios acordes, o tiendas de souvenirs, además, había que andar esquivando a infinidad de gente, si no te veías envuelto por los grupos organizados. Con lo bien que habíamos estado en Viena… En ese momento, me acordé de Tallin, ya que lo que vi allí y tal y como está organizada la ciudad, orientada al turista que va a pasar el día desde Helsinki, es exactamente lo mismo.

Venga, cortamos el rollo, hemos venido aquí a disfrutar, no podemos permitir que se nos agüe la fiesta. Enseguida llegamos a la Plaza Principal. Una plaza que, pese a no ser muy grande, sí que transmite sensación de amplitud.

Plaza Principal de Bratilava

El Palacio Primacial, de un peculiar color rosa, y de finales del siglo XVIII, que sirvió de residencia a los reyes húngaros (Eslovaquia pertenecía al Reino Húngaro) tras el incendio de 1811 que arrasó el Castillo. La primera planta está abierta al público y, entre otras, se puede visitar el Salón de los Espejos, donde se firmó la Paz de Presburgo. El Ayuntamiento Antiguo, cuya parte más antigua data del siglo XIV, con una arcada del siglo XVI, una torre reconstruida en el XVIII y un Museo Municipal desde el XIX y, sobre todo, unos azulejos de colores en el tejado que lucen entre tanta nube gris. La fuente de Maximiliano, construida en 1572 para asegurar el suministro público de agua en la ciudad. Además, en la mezcla de estilos que da en la Plaza Principal, no podía faltar el art Nouveau: el Palacio Palugyay y el de Kutscherfeld. Muy cerca, queda la Iglesia Jesuita, inicialmente de culto protestante y que, por orden del rey, no podía tener entrada principal.

Ayuntamiento Antiguo de Bratislava en la plaza Principal

Castillo de Bratislava bajo la lluvia

De repente, nuestros peores augurios se confirman: empieza a llover. Según la previsión meteorológica, ese día llovía, tanto en Bratislava como en Viena; el cielo llevaba toda la mañana nublado, sin aparentar tener piedad y, en efecto, no la tuvo. El chispeo duró unos segundos, en seguida comenzó a diluviar. Todo el mundo salió corriendo a ponerse a refugio y, durante un rato, la entrada al ayuntamiento se convirtió en el nuestro. Por suerte, habíamos venido preparados: cortavientos con capuchas, zapatillas de goretex y paraguas. Después de un buen rato a cubierto, como llovía algo menos, decidimos salir. No sabíamos cuándo podía seguir así y no queríamos pasar mucho más tiempo de esa manera: me estaba empezando a agobiar, toda una ciudad desconocida ante mí y me la iba a perder por culpa de la lluvia.

Pese a que llovía menos, fuimos de los pocos valientes que nos aventuramos. Decidimos poner rumbo al castillo. Pasamos por el intrincado de calles peatonales, la catedral de San Martín y algún que otro edificio singular, hasta que llegamos a los pies de la colina sobre la que se levanta. Creo que os hacéis a la idea de cómo son los castillos en las ciudades medievales europeas: en lo más alto de una colina, subiendo por cuestas muy empinadas que quitan la respiración y que, cuando menos lo esperas, la vuelves a perder por lo que estás viendo. Además, vemos el Puente SNP, uno de los más modernos sobre el Danubio y, lo que es más, nos encontramos este río en su máximo esplendor ya que, por Viena, lo que realmente pasa es un canal. También pasamos por delante de la Casa del Buen Pastor, un edificio rococó del siglo XVIII y que es la sede del Museo de Relojes.

Detalles que aparecen en el entramado de calles que suben al Castillo de Bratislava

El castillo de Bratislava mantiene su aspecto actual desde el siglo XV, aunque hay restos de moradores de varios siglos antes. Segismundo de Luxemburgo lo eligió como su residencia en Hungría, ampliando la fortaleza. Tras varios periodos en mayor y menor esplendor, en 1802 se alojó el ejército, lo que supuso el inicio de su decadencia, culminada en 1811 con un terrible incendio que asoló todo el recinto. Tras la II Guerra Mundial, se decidió reconstruirlo y su interior alberga, en la actualidad, exposiciones del Museo Nacional Eslovaco.

Mientras que ascendemos por las callejuelas la lluvia ha tornado en un leve chispeo y, ayudándonos del mapa online (menos mal que hay roaming en toda la UE), llegamos hasta la puerta de Segismundo. Al ser martes, todos los museos están cerrados y sólo podemos acceder al patio interior. Lo que sí que no nos queremos perder son los pequeños jardines que están en la parte trasera. Jardines diseñados con escuadra y cartabón, de una simetría absoluta y que, con el tejado rojo del castillo, queda precioso.

Castillo de Bratislava y los jardines traseros… bajo la lluvia

Catedral de San Martín

Decidimos volver hacia el centro histórico y dar una vuelta antes de comer, pero la lluvia vuelve a cambiar nuestros planes. Nos refugiamos en la catedral de San Martín, aprovechamos para visitarla y, esperando a que amaine, buscamos sitio para comer.

La catedral acogió 19 coronaciones del Reino de Hungría en el intervalo 1563 y 1830 y su construcción comenzó en el siglo XIII, donde se hallaba una iglesia románica y un cementerio. Sufrió distintas remodelaciones, pasando por los distintos periodos artísticos, hasta que en el siglo XIX, adoptó la estética neoclásica que vemos hoy, perdiendo por el camino casi todos los interiores barrocos, a excepción de la capilla de San Juan el Limosnero. Entre los hitos musicales, destaca que Franz Liszt se presentó aquí como director de orquesta

Interior de la Catedral de San Martín, que ha sido testigo del debut de Franz Liszt y refugio de muchos de nosotros durante la tormenta

La catedral es pequeña y se recorre rápidamente, sin embargo, la hora de la comida se acercaba y, con el día de perros que estaba haciendo, no podríamos retrasarla mucho más. Llevaba tres direcciones apuntadas de un blog que consulto bastante y nos dirigimos primero al que estaba más cerca. Horror, tenía el mismo aspecto que cualquier restaurante de centro histórico: caro y con pinta de malo. Decidimos probar con el siguiente, y más de lo mismo. Me sentí como un extranjero dando vueltas por la plaza Mayor de Madrid. ¿Qué hacemos? Está lloviendo bastante, el tercero está fuera de los muros de la ciudad antigua y lo que tenemos delante es un espanto que nos va a salir por un pico. Bueno, el tercer restaurante recomendado está a unos 10 minutos andando, ya estamos mojados, pese a llevar paraguas, así que no perdemos nada por asomarnos. La parte buena es que, como gran parte de los turistas han desaparecido, llegamos enseguida y, junto al lugar elegido, hay más sitios que tienen mejor pinta que lo que acabamos de ver.

Gastronomía típica eslovaca

El restaurante en el que comemos está montado en los restos de una antigua iglesia que se convirtió en teatro, primero, y en cervecería, más tarde. La verdad es que han sabido respetar el entorno muy bien, pero si creíamos que íbamos a estar nosotros solos rodeados de bratislavos y eslovacos, la realidad nos puso en nuestro sitio. Al final, era un sitio pensado para turistas, lleno de turistas, aunque con precios más bajos que los del centro histórico. Ya que vamos a comer de aquella manera, por lo menos no tener que pagar con un órgano vital. Una vez más, los recuerdos de Tallin me vienen a la mente, ya que comimos en un restaurante cortado por el mismo patrón. Al fin y al cabo, somos turistas, ¿no?

Obviamente, no fue nuestra comida, pero Cumil es uno de los vecinos de Bratislava más conocidos

Queremos volver sobre nuestros pasos para poder disfrutar como se merece la ciudad. Al castillo no subimos, pero sí que nos recreamos por la muralla, las callejuelas cercanas, como Kapitulská o Prepostská, de nuevo la plaza del Ayuntamiento, el Teatro Nacional o el boulevard peatonal con jardines que desemboca en una estatua de Hans Christian Andersen.

Estamos sentados en una mesa de madera, al lado de la ventana. Hemos pedido un par de platos típicos de la gastronomía local que, estoy segura de que, de haberlos comido en un restaurante menos turístico, hubiesen estado mejor. Según la previsión del tiempo, justo a esa hora, deja de llover. Y se obra el milagro. Como cuando visité Alkmaar, en los Países Bajos, después de una mañana en la que las tormentas no dieron ni un minuto de tregua, empezamos a comer y las nubes se abren y dejan pasar los rayos de sol. Aquí, en Bratislava, ocurre algo muy similar, cuando nos quisimos dar cuenta, la luz entra por la ventana y nos acaricia suavemente. Es el momento de pagar y salir a aprovechar lo que queda de tarde.

Desde la muralla de Bratislava se atisban las torres del castillo

Hay dos aspectos positivos: el sol sigue brillando y no hace calor, así que pasear es un gustazo y, lo más importante, las masas de turistas han desaparecido. Se queda para nosotros una ciudad bastante más amable y llevadera.

La iglesia azul de Bratislava

El último punto que queremos visitar es uno de esos que se conocen gracias a las redes sociales y la geolocalización: la iglesia de Santa Isabel, más conocida como la iglesia azul. Se trata de un pequeño templo del siglo XIX, de estilo modernista, con unas paredes que llaman la atención por su color: el azul.

Cuando llegamos, las puertas de la iglesia están cerradas, pero se ve el interior a través de las verjas. Según lo que hemos leído, sólo se puede visitar durante los horarios de misa, sin embargo, asomándose como hicimos nosotros, se puede ver perfectamente.

La modernista iglesia de Santa Isabel o iglesia azul

Después, damos un paseo observando la ciudad fuera del centro histórico. Edificios muy bonitos, no tanto como los de Viena, por los que parece que no se posan muchos ojos de visitantes.

De vuelta a Viena

Nos encontramos una tienda de souvenirs donde no venden “lo típico”. Dentro de que tienen imanes o recuerdos varios y, pese a ser algo más caros, tienen bastante más encanto que los “made in China” que hemos visto hasta ese momento. Además, tienen algo que me conquista y que decido comprar sin ningún género de dudas: una pequeña guía de la ciudad. Son pocas páginas y hay muchas fotos de lo más importante, brevemente explicado, así como la historia de la ciudad. Justo lo que yo quería. Aunque la ciudad ya está vista, el libro se viene conmigo a casa.  

Sabemos que hay un tren cada hora y, a pesar de que no tenemos prisa por volver, tampoco nos queda mucho más que hacer en la capital, por lo que decidimos entrar en una cafetería y hacer un poco de tiempo antes de volver a la estación. Seleccionamos una al azar, dentro del centro, pero un poco más apartada. Es un local bonito, muy literario, sin embargo, hay algo que me chirría y que confirmo cuando nos traen la cuenta: pensado para turistas. Más de seis euros por un café y un té. Ouch.

Primera (o última) estación de tren de Eslovaquia en la vía de Viena

Después de pagar, nos dirigimos hacia la estación. Van surgiendo a nuestro paso varias cafeterías más modernas, como las que se pueden ir en Madrid o Barcelona fuera de los barrios más concurridos, y en las que hay gente sentada, tomando algo y charlando con amigos. Creo que hemos hecho el primo.

Llegamos a la estación, compramos el billete y subimos al tren. En una hora, estamos de vuelta en Viena y nuestra breve incursión en Eslovaquia ha terminado.

Bratislava merece la pena

Haciendo un pequeño balance sobre Bratislava, tengo que decir que la ciudad merece la pena. Si has viajado bastante por Europa, dudo que te vaya a sorprender, no obstante, dedicarla unas horas no está de más. Buscando información en internet, he encontrado este post del blog Mil Viatges en el que hacen un recorrido por Eslovaquia y parece interesante: creo que no descubriría nada sorprendente, aunque sí que me transmite la sensación de que es un país bastante desconocido y sin un turismo masivo y abrumador.

Por otro lado, lo que no me ha gustado es que el centro se ha entregado totalmente al visitante y no quedan tiendas o restaurantes que tengan un mínimo de encanto o resulten apetecibles.

Antes de terminar, me gustaría decir que sí, Bratislava y Eslovaquia son la ciudad y el país, respectivamente, de la película Hostel. No porque yo lo sepa o la haya visto, sino porque a gran parte de las personas a las que dije que iba, me preguntaban si era el destino de la película. No soy muy fan de ese tipo de cine, así que no creo que la vea, pero al leer el argumento, definitivamente no aparecerá en Películas que me inspiran para viajar

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En la cuenta de Facebook de Descalzos en el mundo, puedes encontrar un álbum de fotos de Bratislava, así como otro de Viena, que complementa el viaje.

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