Cómo combatir el jet lag al viajar

Viajar, por mucho que me cueste reconocerlo, no es perfecto. Nos obliga a salir de nuestra zona de confort, a madrugar, a hablar por mímica, a comer a saber qué, nos cuesta dinero y regresamos a casa más cansados de lo que nos fuimos. Con una sonrisa de oreja a oreja, pero cansados.

Sin embargo, todos estos factores no son un impedimento cuando haces algo que te gusta, aunque, si tuviera que mencionar un solo aspecto negativo de viajar, tengo muy claro cuál sería: el jet lag.

El jet lag, o desfase horario, es un problema temporal del sueño y que afecta a todas las personas que viajan y que pasan por distintos husos horarios. Yo lo he sufrido y puedo afirmar que es horroroso.

Increíble pero cierto: jet lag en Meteora, Grecia

Despertarte en un momento indecente de la madrugada, estar en la cama con los ojos como platos sin saber si tienes que dormir, desayunar, cenar o qué. El reloj marca una hora, tu cuerpo, otra muy distinta.

Sé que el consejo es hacerte a los horarios locales lo antes posible, cambiar el reloj y evitar pensar continuamente “en España son las…”. (Digo España porque es donde vivo, pero se aplica a cualquier país).

La teoría es fácil, llevarla a la práctica es lo que cuesta. Además, es lógico pensar que, como has dormido poco, la noche siguiente caerás a plomo. Spoiler: no.

La noche siguiente vuelves a estar como un búho en la cama. De hecho, se dice que sueles necesitar tantas noches para hacerte a tu nuevo ritmo como diferencia horaria haya. Es decir, si te desplazas a un lugar con 8 horas de diferencia respecto a la tuya, necesitarás 8 días antes de aclimatarte. Si eres uno de esos suertudos a los que no les ocurre, por favor, escríbeme para que te odie un rato.

No sólo el jet lag me ha amargado las noches, la dificultad para conciliar el sueño también ha hecho de las suyas. La noche de antes, los nervios por el viaje, por si me quedo dormida, por lo que voy a ver, consiguen que apenas pegue ojo.

Las noches sucesivas hay de todo un poco: no encontrar la postura en mi nueva cama, nervios que continúan, llamadas al rezo en países musulmanes, animales que se despiertan con el Sol (y te lo hacen saber), compañeros que roncan, etc. Vamos, que sería muy efectivo darme un sartenazo para ver si así consigo descansar.

Aunque no era jet lag propiamente dicho y sólo había una hora de diferencia, cuando visité los Balcanes en Semana Santa, el cruzar a Grecia supuso adelantar el reloj y a mi cuerpo le costó asimilarlo. Con lo bien que lo estaba llevando hasta ese momento… La visita a los Monasterios de Meteora la hice con los ojillos cerrados.

Por otro lado, cuando visité Egipto en diciembre, la diferencia con España es también de una hora más y puedo afirmar que no hay viaje en el que haya dormido peor.

Visita al templo de Hatshepsut habiendo dormido muy pocas horas

La primera noche, llegué a la habitación a la 1 de la madrugada: nervios, excitación, prisas… no son buenas consejeras, por lo que me dieron las tantas poniéndome cada vez más nerviosa.

La noche de antes de visitar Abu Simbel, sabiendo que nos teníamos que levantar antes de las 2, me acosté pronto y pasé la noche totalmente en blanco. Lo mismo que ocurrió en la última noche, de la que ya hablé.

En resumen, volví bastante más cansada de lo que me había ido, aunque con muchas más vivencias e historias que contar.

Podréis estar pensando “¿de qué va con un artículo del jet lag cuando sólo ha tenido dificultades para conciliar el sueño?”. Pues tenéis razón, pero ahora viene lo fuerte.

La primera vez que tuve el placer de experimentarlo fue en Nueva York. Después de 8 horas de vuelo y unas cuantas más desde que desembarcamos hasta que llegamos a nuestro apartamento, supuestamente era la hora de cenar, pero mi cuerpo quería dormir como si no hubiese un mañana.

Quería aclimatarme lo antes posible, por lo que me uní al grupo que bajó a buscar un restaurante y, cuando volvimos para acostarnos, ocurrió la magia: me tumbé en la cama y ¡tachán! estaba totalmente despejada y despierta.

Sé que a lo largo de la noche conseguí dormir algo, aunque no lo suficiente, y descubrí uno de los motivos por los que a Nueva York se la conoce como la ciudad que nunca duerme. ¡Qué jaleo en la calle a cualquier hora! Cuando nos levantamos, me sentía como un desecho humano y, por lo que creo recordar, mis compañeras afirmaron que habían dormido muy bien porque estaban muy cansadas. ¿Las mato?

Ya sabemos que, cuando estamos de viaje, sacamos una fuerza extraordinaria para conseguir aguantar y, en mi caso, fue así. Tenía una ciudad espectacular esperándome, tenía que estar bien para ella y lo estuve.

Visitar a Miss Liberty con jet jag, Nueva York

Durante la primera semana, pasé todas las noches de la misma manera. Dormía lo justo para, después, dar vueltas en la cama hasta que nos levantásemos. Por suerte, a partir de la segunda semana, me habitué más a los horarios y, aunque no estaba al 100%, me conseguía mantener, hasta la última noche, en la que, ya totalmente acostumbrada, descansé todo lo que pude. Y, al día siguiente, de vuelta a Madrid, empezaba todo el ciclo de nuevo.

Por suerte, el primer día, me acosté a eso de las 9 de la noche porque no podía más y, dormí más de 12 horas del tirón. Tenía mucho sueño acumulado.

Hace pocos meses, Paz ha estado en Méjico y, ya de vuelta, su primera noche en casa fue exactamente igual a la mía. ¿Puede que esto ocurra cuando volvemos de América? No he estado más veces en este continente, por lo que no puedo asegurarlo. Voy a tener que regresar para comprobarlo.

También he tenido la inmensa suerte de probar el desfase horario en sentido contrario. En 2017 volé hasta Hanoi para un recorrido de dos semanas por Vietnam. Desde que salí de mi casa hasta que aterricé en esta ciudad pasaron 19 horas y sólo recuerdo haber caído a plomo en el vuelo de Abu Dhabi hasta Rangún, donde hicimos una parada técnica, aunque esto no quitó para que, cuando llegué a mi habitación del hotel, me volviese a sentir como un desecho humano otra vez.

Recuerdo que miré el reloj y eran las 4 de la tarde, demasiado pronto para acostarme. Deshice la maleta, me duché y me preparé para salir y tomar contacto con la ciudad. No me arrepiento de nada porque, al ver todo ese maravilloso caos ordenado, se me pasó todo, como ya conté hace unos meses.

El jet lag no me impidió disfrutar de la vida nocturna de Hanoi

No obstante, este subidón inicial no impidió que la noche la pasase prácticamente en vela. Y, como esa, el resto de noches. Me costó mucho cogerle el ritmo local y no recuerdo cuándo conseguí descansar en condiciones. Decidí que, en el futuro, compraría pastillas para dormir. No he tenido que hacerlo porque en ninguno de los destinos a los que he ido con posterioridad había tanta diferencia horaria, aunque, como habéis leído al principio, una sola hora basta para tener el tiempo suficiente de examinar cada imperfección de la pared de la habitación.

Cuando volé desde Saigón a Madrid, llegó la auténtica fiesta porque mi cuerpo seguía en Vietnam. Entre las 18:00 y las 18:30 me entraba un ataque de sueño horrible, no atendía a razones y se me caía la cabeza. Hacía lo imposible para aguantar despierta y acostarme pronto. Pero, cuando llegó el ansiado momento, el sueño se me había pasado y terminaba yéndome a la cama a la misma hora de siempre.

Como abrí este post, si tuviera que mencionar una sola cosa mala de viajar, diría que el jet lag y añado que, si es el precio a pagar, lo pago encantada.

Deja un comentario