Braga

Cuando planeamos el viaje por el curso del Duero, decidimos que íbamos a estar en Oporto cuatro noches. Dicho así, son demasiados días para esta ciudad, aunque contábamos con hacer, al menos, una excursión de día. Si hubiésemos juntado más las visitas, nos hubiese dado tiempo a hacer dos excursiones pero, después de la paliza del viaje por Escocia, queríamos tener también algo de relax. Ante nosotros se presentaba un abanico de opciones, todas bastante apetecibles. Aveiro quedaba descartada porque ya estaba en el planning, “sólo” nos quedaban Foz do Douro y los alrededores (es decir, la costa portuense), Braga, Guimarães, Amarante o Viana do Castelo.

La zona de la costa la descartamos por ir a Aveiro y porque, como mucho, podíamos aspirar a tumbarnos un rato en la toalla, debido a la temperatura del agua. Viana do Castelo nos quedaba lo suficientemente lejos como para tener otras preferencias. Al final, la elección se redujo entre Braga o Guimarães. A las dos se va en tren directo que, además, es muy frecuente; y, teniendo en cuenta los altos precios de la gasolina, los peajes cada 10 metros en carretera y que aparcar es complicado y caro (todo el centro histórico de Guimarães es Patrimonio de la Humanidad), el coche se quedó muy bien donde estaba. Al final, la decisión la tomé yo: en mi anterior visita a Oporto había conocido Guimarães, por lo que prefería Braga. Así de sencillo.

Braga es la tercera ciudad más poblada de Portugal, con algo menos de 200.000 habitantes. Una ciudad con un centro histórico pequeño y muy agradable, cortado al tráfico rodado y plagado de iglesias y restaurantes en las calles principales. Tiene más de 2.000 años de Historia y su nombre deriva de la ciudad romana de Bracara Augusta, construida hacia el año 16 a.C. 

Según salimos de la estación de tren, un breve paseo hasta la Puerta Nueva y, en seguida, llegamos a la Sé, que es la más antigua de Portugal. Nos tuvimos que “conformar” con ver sólo la iglesia que tiene un órgano precioso y los techos pintados directamente en la madera. Queríamos haber visto también el Museo del Tesoro y el coro superior, que tienen una entrada aparte, pero sólo se podía realizar con visita guiada y ya no había ninguna disponible o no quedaban plazas, no recuerdo exactamente el motivo.

Entrada a Braga

Un poco chafados seguimos andando por la calle principal que, en cierto modo, me recordaba a Pontevedra, llegando así hasta la Plaza de la República, un espacio verde muy grande, donde se ubican el Ayuntamiento, más iglesias, como la Basílica de los Congregados, y comercios con carteles muy fotogénicos.

Con la tontería, se iba acercando la hora de la comida y, viendo la cantidad de gente que había, decidimos llamar para reservar. En uno me dijeron que estaban completos (¡ouch!) y, en el otro, que no reservaban. Sin perder más tiempo, nos dirigimos a nuestra segunda opción y la suerte se puso de nuestro lado: nos sentamos a la primera. Un local especializado en sándwiches hechos con productos portugueses de calidad. Una opción acertada que, además, es rápida. Al terminar y, antes de continuar con la visita, un helado.

Continuamos hasta la Capilla de los Coimbras, del siglo XV y concebido inicialmente, como residencia para el clero, a la que se añadió una capilla privada en 1525, de la Iglesia de la Santa Cruz, la de San Marcos y la Casa do Raio. Todas estas iglesias vienen explicadas, entre otros motivos, porque Braga es Archidiócesis, es decir, sede metropolitana de la Iglesia Católica en Portugal desde, aproximadamente, el año 45 d.C.

Los techos pintados de la Sé

Pero lo más conocido de esta ciudad es el Santuario de Bon Jesus do Monte. Situado en una colina, a 116 metros de altura, es uno de los principales centros de peregrinación del país.

En Santuario se empezó a construir en 1722 y en 2019 se declaró Patrimonio de la Humanidad. Está a unos 5 kilómetros de la ciudad y nosotros fuimos en autobús. Compramos los billetes y, en una carrera, alcanzamos el autobús, que en pocos minutos lleva hasta la puerta del funicular.

Creo que muchos tenemos en la cabeza la fotografía de este sitio y vemos las escaleras que están a ambos lados. En varios sitios había leído que se recomendaba subir en funicular y bajar andando y es lo que hicimos. El billete es barato y, aunque hay bastante cola, por suerte, avanza rápido. Poco después, llegamos a la cima.

La Basílica no tiene una belleza especial, sino que es el conjunto de todo el lugar, sobre todo visto desde abajo, con las escaleras barrocas alineadas. Cuando entramos, nos tuvimos que quedar en la puerta porque se estaba celebrando una boda, así que no pudimos disfrutar del interior.

Las escaleras barrocas de Bom Jesus do Monte

Por los alrededores, hay un parque con aspecto dominguero pero que sirve para resguardarse del sol. La bajada la comenzamos y, por nuestro camino, fuimos viendo las pequeñas capillas y fuentes. La bajada es muy cómoda, ya que es zigzagueante y te puedes parar siempre que lo necesites.

Después de esto, yo llevo la contraria al resto de blogs: a no ser que tengas algún problema de movilidad, vayas con gente mayor o con un carro de bebé, se puede subir por las escaleras sin mayor problema.

Después, volvemos a esperar el autobús, que nos deja de nuevo muy cerca de la Plaza de la República y tenemos que desandar todos nuestros pasos hasta la estación de trenes para regresar a Oporto.

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