Borgen

Este mes, viajamos a un lugar en Europa que es de los más inhóspitos y desconocidos: Groenlandia, y lo hacemos de la mano de la serie danesa Borgen (Adam Price, 2010- 2013 y 2022).

En las tres primeras temporadas, seguimos los pasos de Birgitte Nyborg, candidata, primero, y Primera Ministra de Dinamarca después, por el Partido Moderado, en el mundo más oscuro de la política, los asesores, los medios de comunicación y los distintos intereses de todos ellos. La serie está ambientada en Copenhague, aunque la ciudad no es un personaje más. A parte de El Diamante Negro y los exteriores del Palacio de Christiansborg, poco más se puede reconocer.

Cartel promocional de Borgen, reino, poder y gloria. Foto de Netflix

Sin embargo, en la última temporada, Nyborg es Ministra de Exteriores en el nuevo Gobierno y se tiene que enfrentar a varios retos, entre ellos, un conflicto sobre la autonomía de Groenlandia y un yacimiento de petróleo.

Groenlandia es la segunda mayor isla del mundo, con una extensión superior a los 2 millones de km2, de los cuales, el 84% está cubierto por una gruesa capa de hielo y con una población que no alcanza los 60.000 habitantes.

La isla forma parte oficial de Dinamarca y, desde 1979, cuenta con su propio gobierno y parlamento legislativo. En 2008, se amplió su estatuto de autonomía, lo que supone mayores recursos económicos y control sobre sus recursos naturales. Desde 1985 no pertenece a la Unión Europea, aunque tiene el estatus de país asociado.

Isla de Saunders. Foto de guiadeislandia.es

Y éste es el dilema que nos plantea la serie: el en caso de los inmensos recursos naturales, principalmente, petróleo, ¿quién decide sobre la perforación y comercialización y obtención de beneficios? Si Donald Trump amenazó mostró su interés en 2019 por comprar la isla, algo tiene que haber.

Con la presentación que he hecho, no parece que una mole de hielo de clima ártico sea muy atrayente, sin embargo, su gran riqueza está en el subsuelo. A parte del petróleo, hay minas de carbón, plomo, oro y uranio, entre otros. Y, por si no fuera poco, cada vez hay un mayor interés turístico (buscad en Google “turismo Groenlandia”, os sorprenderá la cantidad de entradas sólo en español que hay).

No voy a entrar en un análisis político ni económico de la situación, primero, porque no estoy capacitada para ello, ni tengo la información suficiente y, segundo, porque no es el cometido de Descalzos por el mundo. Sin embargo, en temas de turismo, aunque mi opinión no tenga ningún tipo de trascendencia, me gustaría expresarla con una pregunta: un país situado en el Polo Norte, que tiene que importar el 100% de sus alimentos, que vive en la cuerda floja por el derretimiento de los glaciares, entre otros motivos, que tiene una población tan escasa, ¿cuál es el número de viajeros que puede soportar y que sea sostenible? No parece que el número sea muy alto. Me uno a las palabras de (mi adorado) Paco Nadal “el turismo es necesario y beneficioso. Pero desbocado, puede ser —y lo es— peor que Atila”.

Pueblo costero groenlandés. Foto de guiadeislandia.com

¿Pero esta sección no es sobre series y películas que me inspiran a viajar? Sí, y lo sigue siendo, pero con consciencia y responsabilidad. ¿Quiere esto decir que me gustaría descubrir Groenlandia? ¡Claro!

La primera vez que escuché a alguien decir que le gustaría conocerlo fue hace tantos años que ni me acuerdo y fue a Marisol, en alguna de nuestras pausas para desayunar en el trabajo. Por aquel entonces, yo aún estaba en fase de turismo de ciudades y cultural. Soy una urbanita convencida, por lo que irme a caminar por el campo durante una semana, no me sonaba atrayente. Por si acaso, os recuerdo mi experiencia durante mis vacaciones escolares en Galicia.

Vamos, dame semáforos, asfalto, tiendas, museos, galerías y cafeterías cuquis. Escuchar a alguien decir “me gustaría ir a Groenlandia” me chocó: ¿quién quiere ir a ver hielo? Si me hubiesen dicho que querían ver Kenia, los parques nacionales de Canadá o las islas Galápagos, no me hubiese chocado tanto pero, insisto, ¿Groenlandia?

¿Os imagináis aquí? Yo, sí. Foto de guiadeislandia.com

El comentario se quedó ahí, no volvió a salir y, hasta donde sé, Marisol nunca ha ido a Groenlandia. Sin embargo, llega noviembre de 2018 y el viaje a Jordania, donde coincidí con dos matrimonios amigos de mediana edad con muchos kilómetros en las suelas de sus zapatillas de trekking. Lo que tienen estos viajes en grupo es que se habla mucho de experiencias viajeras, de retos, de lugares que han emocionado y próximos destinos. A mi madre le encanta (irónico). Estas parejas habían participado en una de las expediciones a Groenlandia (a este país no se va de viaje, sino de expedición) y sólo hablaban maravillas. No se trata del paisaje, de los museos o de la gastronomía, sino de la experiencia, de las actividades que realizas, de estar en mitad de la absoluta nada, de hablar con la gente y olvidarte del móvil, ya que la cobertura es/ era pésima, cuando no nula.

Escucharles narrarlo con esa pasión, de lo que les supuso, me marqué un Carlos Sobera (mental, soy incapaz de levantar una sola ceja) y pensé “¿por qué no?”.

Un paraje precioso que da muchos quebraderos de cabeza. Foto de borgenproject.org

Un año antes, en el recorrido por el Sur de Islandia, Patricia, nuestra guía, nos habló de esta isla (Groenlandia, no Islandia), el amor que la profesaba Ramón Larramendi (montañero que ha salido en varios programas, como Desafío extremo o Al filo de lo imposible, y que fundó a agencia Tierras Polares) a este país. Patricia aseguraba que el turismo en Groenlandia estaba muy limitado y que era el Gobierno el que daba concesiones a las agencias para viajar hasta allí y que, en España, la única que tenía esa concesión era la de Ramón. Sinceramente, no tengo medios para poder contrastar esa información, como tampoco tengo motivos para no creérmela. Pero esto era 2017 y, en 2019, Isaac de Viajes Chavetas viaja hasta esta isla y ya habla de una agencia más que lo organiza. Y, lo que es peor, ahora estamos en 2022 y veo muchas publicaciones en Instagram de este destino referidas a cada vez más agencias. Parece que Groenlandia es el nuevo campo de girasoles. ¿Ya no se necesita una concesión para operar? ¿Los ingresos que se genera del turismo hacen que el equilibrio sostenible importe cada vez menos? ¿Cuánta gente quiere ir a un sitio sólo por fardar? ¿Cuántos hablan/ hablamos de cambio climático pero lo aplican en limitaciones para los demás? Muchas preguntas y ninguna respuesta.

No quiero engañar, los escenarios naturales que vemos en las fotos son de una belleza sobrecogedora y, ya que he pasado a una fase en la que la arquitectura me emociona cada vez menos y prefiero la naturaleza y las experiencias (¿quién me lo iba a decir?), me pica el gusanillo cada vez más. Sé que suena muy hipócrita que todo el rollo que he soltado lo termine con un “pues yo me iría” o “allá que voy”, pero soy curiosa, me gustan las experiencias, sólo voy a vivir una vez y sí, también soy hipócrita, como cada una de las personas que habitamos en la Tierra.

Agujetas que merecen la pena. Foto de 1000sitiosquever.com

En resumen, me iría de expedición a Groenlandia, lo disfrutaría infinito y me lo llevaría yo como experiencia vital. Venga, añado la parte moralista: con cuidado, mirando la huella que dejo, con una agencia de garantía, no con una recién llegada que lo único que busca es hacer caja y tratar de lujo a sus acaudalados inquilinos (como es de suponer, es un viaje muy caro).

No sé si todo esto inspira a viajar hasta este lugar, a pensar que soy una hipócrita, o a que estoy como un cencerro, pero os dejo las experiencias de Isaac por si ayuda.

He ido compartiendo a lo largo de toda la entrada distintos vínculos a noticias y blogs que he leído para documentarme y que explican mejor que yo y de manera más extensa la situación actual de esta región. Y, como de una serie se trataba, os comparto también la crítica de Filmaffinitty.

***

Cada vez tengo más noticias desde hace un tiempo de gente que se da un descanso de RR.SS. o, incluso, sale de ellas.

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