En mi primer viaje (Ámsterdam 2006) no consideré necesario comprar una guía, para qué, si todo estaba en la página de turismo en internet y en el foro de Los viajeros. Fueron cinco días por la ciudad en la que íbamos un poco por instinto y sin internet, y con la información apuntada en un papel. En mi defensa diré que, por aquella época, no había tantas guías como se pueden encontrar ahora. No me gustó mucho la experiencia y eché de menos tener un soporte, por lo menos, para tener un mapa y enterarme de lo que estoy visitando. En el siguiente viaje (Copenhague 2007), aunque hubiese querido una guía, no hubiera sido posible: hoy en día es complicado encontrar ediciones más o menos actualizadas de esta ciudad (o incluso del país), imaginaos en aquel año. Volví a las páginas de turismo y al foro.
Así que fue a partir de este momento cuando decidí comprar una guía y, lo que es más, guardar las entradas o billetes de metro en la página en la que se habla del lugar visitado, es decir, la entrada del Louvre está guardada en la guía de París, en las páginas dedicadas a este museo. ¿Qué se le va a hacer? Todos tenemos nuestras cosas.

Conservo con mucho mimo estos recuerdos y, cuando cojo una guía por algún motivo, lo hago con cuidado para que no se caiga nada, porque no siempre es fácil volverlo a poner donde estaba ya que la tinta se va borrando. Y ése es uno de los motivos por los que soy un poco reacia a prestar guías. Es cierto que no me las han pedido muchas veces y, cuando lo han hecho, daba la casualidad de que eran guías que ya estaban muy desactualizadas. Me cuesta mucho confesar que no me gusta dejarlas porque no todo el mundo tiene ese celo y, porque sacar todos los tickets y volverlos a guardar cuando me la devuelvan, no lo contemplo como una opción. ¡Venga ya! Compraos una guía, no son tan caras y menos aún si lo comparas con el precio del viaje.
Pero, además de recordar los viajes de esta manera, el año pasado comencé a escribir un diario de viajes. Después de recorrer durante dos semanas de agosto las Rías Baixas, teníamos un cacao importante con los pueblos que habíamos visitado. Nos costaba asociar el nombre con lo que habíamos visto y, aunque en algún sitio habíamos comido de maravilla, no los habíamos apuntado todos. Un desastre.

Al regresar a casa, decidí que eso no podía volver a ocurrir y convertí un cuaderno que mi madre me había regalado años antes (porque sabe que me gusta escribir) en un diario en el que detallaría recorridos, visitas, cafeterías y restaurantes, tiendas curiosas o rincones que no hay que perderse. No tenía, ni tengo, intención de publicarlos sino más bien utilizarlos como apoyo a la memoria y, en el caso de que alguien me pida recomendaciones de un destino que ya conozco, consultarlo.
Reconozco que no lo he llevado tan al día como me gustaría y es que, al llegar al hotel, no siempre apetece sentarse a escribir, con lo a gusto que se está en la cama sin hacer nada… Y, lo que es peor, cuando fui de puente al nacimiento del río Mundo y a las Lagunas de Ruidera, me olvidé el cuaderno encima de la mesa. A la vuelta, me tuve que poner las pilas y, en vez de detallar día por día, fue un resumen más general. Menos mal que sólo fueron cuatro días…

Tengo que confesar que me puse muy contenta cuando Bego me pidió que le mandara fotos de todas las páginas que había escrito sobre Menorca. Que alguien valore tu criterio y se base en tus experiencias para organizar sus vacaciones es un orgullo. Aunque la letruja con la que estaba escrito sí que no es motivo de orgullo (lo que tiene haber perdido la práctica de escribir a mano y, sobre todo, hacerlo en la cama de cualquier manera). Que conste que esto no es una indirecta para que me empecéis a pedir el diario, además, sólo están descritos los viajes y escapadas desde julio de 2021. De palabra, os puedo recomendar muchas cosas, quedamos y os transmito todo lo que me ha gustado un lugar. ¿Cuándo nos vemos?
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